domingo, 25 de enero de 2009

La guerra de los dioses

Una de las civilizaciones extraterrestres más poderosas se encuentra diseminada en lo que llamamos Orión, la constelación del “cazador” en la mitología griega. De acuerdo a nuestra experiencia de contacto, en Orión se produjo una batalla estelar encabezada por un ser denominado Satanael. Aquella entidad, cuyo nombre se asemeja sospechosamente al “Satán” bíblico —nombre hebreo que significa “el adversario”—, dirigió una rebelión que propugnaba un cambio en la dinámica del Plan Cósmico.

Satanael no estaba de acuerdo en que la humanidad sea la civilización que debía “salvar a las otras” a través de un proyecto que no había tenido en cuenta a las propias civilizaciones de Orión. La insurrección de Satanael —y he aquí la pieza clave de aquel drama cósmico— en realidad no había germinado en Orión.

Era una postura generada por otra entidad, no extraterrestre, sino procedente del mismísimo Universo Mental. Los seres que viven allí son de energía pura, y actúan como co-creadores en el Universo Material. Por tanto nos hallamos ante un ser poderoso e impensable. Un Helell o “resplandeciente”.

Fue en el Universo Mental donde se delineó los pasos del Plan Cósmico. Según sabemos, ello se dio a través de un “Concilio de los Helell”. No obstante, una de las entidades no estuvo de acuerdo en que el proyecto sea aplicado a una nueva humanidad, proponiendo que sean las civilizaciones extraterrestres ya existentes —como la de Orión— las depositarias de los cambios para corregir el estancamiento evolutivo en que el Universo Material se hallaba sumido.


Pero las cosas no se podían hacer así. Introducir cambios tan gravitantes en las antiguas civilizaciones extraterrestres resultaba peligroso; todas ellas habían venido experimentando un orden mental, un patrón heredado de los propio Helell, y cambiar drásticamente de enfoque podría generar el colapso. Se tenía que empezar de cero. Empezar con una nueva humanidad en donde se puedan medir, gradualmente, los cambios, y en consecuencia las respuestas que brindaría este proyecto para todo el Universo.

Lug —uno de los más poderosos Helell del Universo Mental— al ver que el proyecto se desarrolla ajeno a sus expectativas, empezará a influir en los más poderosos seres del Universo Material para boicotear la ejecución del Plan Cósmico. Lug recuerda inevitablemente a “Lucifer”, palabra de origen latín que significa “el que porta la luz”. Por tanto, Lucifer y Satán son dos entidades diferentes. El primero un ser ultraterrestre —como los ángeles— y el segundo un ser extraterrestre de Orión.

Satanael, por alguna razón desconocida, se había convertido en el leal seguidor de la postura de Lug. Por ello su insurrección en Orión.



Una batalla cósmica había estallado en aquellas lejanas estrellas. Empero, la Confederación de Mundos de la Galaxia logró controlar la disidencia, atrapando a Satanael y a sus principales guerreros. Posteriormente, todos ellos serían enviados a la Tierra en calidad de deportados. ¿Por qué? Su presencia en nuestro mundo procuraba que ayudasen a la humanidad, identificándose de una vez con el propósito superior del Plan Cósmico y resarciendo así el error cometido en Orión.

De allí en más, el relato de los Guías extraterrestres menciona que los oriones deportados envejecieron prematuramente en la Tierra, quizá por las condiciones diferentes de nuestro planeta —en sus mundos pueden vivir cientos o miles de años—; al perder la corporeidad, sus esencias o espíritus debían volver a Orión, a su lugar de origen.

Sin embargo, un grupo de Guardianes y Vigilantes extraterrestres sembraron en el planeta unos poderosos cristales verdes brillantes —de aspecto piramidal— para retener en nuestro mundo a los espíritus de los oriones deportados, como si la Tierra fuese un planeta-prisión. Quedarían aquí, hasta el final de los tiempos. Una historia muy similar a la de “los ángeles caídos”, que menciona más de una religión.

Desde luego, aquellos seres “atrapados” en nuestro mundo han intentado liberarse. Tarea nada sencilla ya que para poder escapar de su “prisión”, los espíritus de Orión necesitan tomar un cuerpo físico. Y no puede ser cualquier cuerpo. Por ello sedujeron, con un poder asombroso como maligno, a un grupo de Vigilantes extraterrestres de las Pléyades, para que se unieran a las hijas de los hombres y engendraran hijos mestizos, ideales como “envase” a tomar para luego fugar del planeta. Todo esto explica el insólito episodio que menciona el Libro de Enoch.

Los hijos mestizos serían trasladados por los Vigilantes a un grupo de islas, en el océano Atlántico, dando con ello inicio a lo que sería más tarde el reino fabuloso de Atlántida. Un reino que, penosamente, no encontró el equilibrio necesario entre la ciencia que adquirió y su improvisada aparición. Fueron poderosos, pero sus guerras y ambición —en gran medida una influencia de los oriones atrapados— generarían su propia destrucción al atraer un desastre cósmico. Hace 12.500 años esa civilización mestiza se hundió en las aguas.

Más tarde, los denodados esfuerzos de la Confederación de Mundos procuraron que no se perdiera el rumbo del proyecto en la Tierra, alentando la inserción de conocimientos para la formación de nuevas culturas post-diluvianas (o más bien, post-Atlántida­). Consecuencia de este nuevo acercamiento de instructores extraterrestres —y también de algunos sabios supervivientes del desastre atlante— nació Sumeria, Egipto, India y otras grandes culturas.

El avance fue significativo. Sin embargo, los hombres de aquel entonces crearon peligrosos lazos de dependencia con los visitantes. Finalmente, aquellos “dioses” —los instructores extraterrestres— resolvieron marcharse, hasta que la humanidad creciera lo suficiente como para comprender. Detrás de su partida nos dejaron leyendas y singulares representaciones rupestres, desconcertantes escritos religiosos, símbolos e ideogramas misteriosos, anomalías arqueológicas, entre otras piezas de este gran rompecabezas que la ciencia actual ha tildado en llamar “curiosidades” del pasado.

Y no les culpo. Esta información —ya lo he dicho, reconozco que roza un relato moderno de ciencia-ficción— es difícil de aceptar. Tendríamos que reconstruir todo lo que hemos llamado “historia”.


No nos quedaría otra alternativa que reflexionar hasta qué punto algunas religiones —muchas de ellas— puedan haber surgido del contacto con estos seres, o por lo menos, que los conocían y que ellos formaban parte importante de nuestro propio proceso como criaturas humanas.

Aceptar que estuvieron aquí antes que nosotros bajo un propósito, es inquietante. Y ese es el punto: la misión que pesa sobre la humanidad.

Los “dioses” se marcharon. Pero prometieron volver. ¿Qué es lo que viene para estos tiempos?

Nieve en los desérticos Emiratos Árabes Unidos


Donde estará ahora el Gilipollas de Al Gore y Greenpeace con su puta teoría de Calentamiento Global.
Una buena nevada que ha dejado hasta 20 centímetros de nieve, ha caido sobre las montañas de Ras al-Jamiah, situadas al norte de los Emiratos Arabes Unidos, que pese a tener una altura de 1.737 metros, nunca habían recibido nieve. Tanto es así, que los habitantes locales no tienen una palabra para designar la palabra nieve.